6 de mayo de 2010

La Encina

Las heridas del alma tardan en sanar y cada una de ellas deja una marca, pero sanan. Con el tiempo, las cicatrices se amontonan unas sobre otras como las muescas en la corteza de un árbol, y hacen el alma más dura. Es inevitable, no importa lo que hagas. Se trata de aquello que tanto repiten los que no tienen miedo a nada: aquello que no te mata te hace más fuerte ¡Pero a qué precio! Al final terminas enterrado entre tus cicatrices y te vas haciendo pequeño, hasta que ya no queda nada de ti excepto una gruesa corteza.