27 de enero de 2010

A la mañana siguiente

Sam contemplaba la lluvia desde su caseta de madera. De cachorro le encantaba jugar en el barro que se formaba en el jardín después del chaparrón, pero con el tiempo se había vuelto más tranquilo y ya no le apetecía jugar tan a menudo ni aguantar los sermones de mamá cuando llegaba sucio a casa. Ahora prefería tumbarse a escuchar el sonido de las gotas sobre el tejado y mirar cómo se iban formando los charcos en la hierba. Ya no le importaba demasiado si llovía o nevaba ni le molestaba tener que quedarse en casa cuando hacía mal tiempo; ahora prefería disfrutar de los días buenos en el jardín y jugar con las hormigas o hacer el vago bajo los árboles sin preocuparse de cuándo llegará de nuevo el frío.
La lluvia había cesado y los primeros rayos de sol asomaban entre las nubes después de la tormenta. "Hoy va a ser un gran día"- pensaba Sam, agitando su colita diminuta, mientras salía al jardín a saludar a la mañana.