1 de junio de 2009

Mi noche estrellada



En el cielo de Madrid rara vez se ven luna o estrellas. Cuando está encapotado, las luces de la calle se reflejan en las nubes y la noche de Madrid se queda atrapada en un atardecer de 12 horas.
Esta ciudad no descansa.
Aquí es casi imposible disfrutar del silencio que acostumbra a venir con la noche, y el ruido del tráfico y las sirenas, gente pasando, charlando, riendo o borrachos gritando, son la nana que trae el sueño a los madrileños.
Yo echo de menos mis noches estrelladas, aquellas que contemplaba desde la ventana de mi gran dormitorio mientras fumaba a escondidas. Echo de menos esas frescas noches silenciosas, que nada tenían que ver con las noches madrileñas y en las que dormir con las ventanas abiertas no era ningún lujo.
En las noches de Madrid rara vez se ven luna o estrellas, pero tienen algo que las hace especiales, un halo mágico que las envuelve y las hace únicas. Tal vez sea por eso que, por más que eche de menos mis noches estrelladas, sigo en esta ciudad que me atrapó una noche, hace ya más de seis años, y de cuyo hechizo no he conseguido escapar.

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