28 de julio de 2009

Un día cualquiera

El sol ha dado paso a un cielo lleno de nubarrones negros. Mientras camino hacia casa, empieza a soplar un vientecillo calentón cargado de electricidad y unos folletos religiosos, que había tirados en el suelo, se arremolinan en formas imposibles.
Siempre me han gustado las tormentas de verano. Me paro en medio de la calle y levanto la vista para contemplar este magnifico cuadro de blancos y negros. Olfateo el aire en busca de ese olor tan familiar a tierra mojada y dejo que el aire acaricie mi rostro. Las primeras gotas comienzan a caer tímidamente y dejan su huella en el asfalto caliente que, de pronto, se transforma en un mantón de lunares negros. Inmóvil bajo la cálida lluvia, siento que no hay nada más en el mundo que este momento, cierro los ojos y me dejo empapar.
Alguien grita. Abro los ojos y veo unas ancianas que me miran atónitas desde la acera, pero no son ellas las que gritan. A mi derecha un coche está parado y su conductor, haciendo aspavientos y soltando improperios, me indica que me quite de en medio de la calle.
Camino despacio hasta casa, sin importarme cómo de mojada está mi ropa, y pienso: "en un día como hoy, nada malo puede pasar"

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