16 de julio de 2014

A solas

Con el alma rota se escribe más fácil. Es curioso cómo el dolor saca lo peor y lo mejor que llevamos dentro. Cuando estás herido eres capaz de desgarrar con palabras a tu ser más amado o de escribirle los más hermosos y tristes poemas. Cuando la soledad te abraza y te susurra al oído historias llenas de tristeza, de amor, de celos, de esperanza, de emoción, en fin, de sentimientos, tus manos parecen guiadas por el mismísimo Bécquer. Sin embargo, cuando todo te sonríe, cuando no puedes mas que verle el lado bueno a las cosas, cuando has de contenerte para no andar abrazando y besando a todos tus seres queridos y te cuesta un horror no bromear constantemente, entonces la inspiración se vuelve huidiza y lo único hermoso que puedes ofrecerle al mundo es una gran sonrisa de agradecimiento y una mirada llena de ilusión. Es en esos momentos, en los que te inunda la satisfacción y el amor por la vida, cuando la musa decide marcharse. Se marcha, sin más, porque considera que ya no la necesitas, porque piensa que una persona que cree tenerlo todo no necesita nada más, y se va. 
Por suerte hace años que no escribo nada medianamente decente. Mi musa se marchó hace tiempo y, aunque consigo verla de vez en cuando, me da la espalda en cuanto nota que la estoy observando. Creo que la espantan mis risas, que le avergüenzan mis bromas y tiene celos de mi amor. Y aunque a veces eche de menos esa melancolía tan familiar que a mi musa tanto le gustaba, para bien o para mal, hoy soy feliz.

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